Cada
vez los padres se interesan más por saber si su hijo es acosado, pero pocos
saben reconocer si es el acosador.
Cuando
se produce acoso escolar algunos padres identifican las señales de que su hijo
está siendo víctima de la burla de otros niños. Sin embargo, tal y como señala
Irene López Assor, directora de la Fundación Gestiona, «son pocos los padres
que se interesan por reconocer las conductas del ‘acosador’, y menos los que
analizan posibles actitudes de bullying en sus hijos».
Desde
esta fundación, la entidad sin ánimo de lucro orientada a apoyar al sector
educativo y a los profesionales de la enseñanza, señala que existen que nuestro
hijo está acosando a otros niños en el colegio. Destacan con preocupación que
existe una tendencia generalizada en los padres a restar importancia a los
indicadores de que sus hijos pueden estar acosando a otros compañeros.
«Admitir que tenemos a un acosador en casa no es plato de gusto para nadie. Por
eso, tratar de exculpar a nuestros hijos con frases como ‘no se ha dado cuenta’
o ‘es cosa de niños’ es un error muy frecuente. Pero combatir el acoso escolar
es una responsabilidad de todos.
La primera tarea consiste en concienciar a los
padres de los acosadores de que esas agresiones, ya sean físicas o
verbales, psicológicas, pueden causar un daño real a quienes las sufren y
que es necesario erradicarlas», señala López Assor.
Los
autores de este trabajo también recuerdan la importancia de que los niños
reciban un buen ejemplo en el entorno familiar, ya que «los hijos imitan
en el colegio los comportamientos que ven en su entorno familiar».
Indicadores
de que es un acosador
Escasa empatía con el entorno en general. Al niño le resulta muy complicado
meterse en la piel de otros y, como consecuencia de ello, es a veces cruel con
quienes le rodean. Tras esa conducta poco amable no parece sentirse mal consigo
mismo ni arrepentido por su comportamiento.
Poco control de la ira. Es normal que nuestro hijo sienta rabia en
ocasiones, pero dicha rabia ha de estar sometida a un cierto control y asociada
a un previo ataque de terceros. Los niños con tendencia acosadora se enfadan
con mucha facilidad, tienen una muy baja tolerancia a la frustración, son
caprichosos y exigentes con los padres y nada parece ser suficiente para ellos.
Incapacidad para reflexionar. El chico no integra adecuadamente actos y
consecuencias de los mismos, por lo que la relación entre ambos es caótica y
aleatoria. Los adultos de su ámbito no han sabido o no se han preocupado de
transmitirle esa relación. Esto viene a darse cuando las fuentes de motivación
del menor no están adecuadamente identificadas por padres y docentes.
Déficit de habilidades en resolución de conflictos. Carece de herramientas o
habilidades para resolver el conflicto que se presente o, en su caso, para
pedir ayuda. Ante una situación conflictiva, el niño se frustra y seguidamente
entra en ira. Todo ello desemboca en actos agresivos con sus compañeros, sin
importarle las consecuencias, ya que solo quiere expresar dicho estado
emocional.
Baja autoestima. La falta de seguridad en sí mismo propicia las
demostraciones de poder sobre otros. La constante necesidad de hacerse notar y
marcado sentido del ridículo sale al exterior en forma de conducta dominante y
agresiva.
Excesiva autonomía personal. El menor hace su voluntad, tiene asimilados
pocos límites en su comportamiento y no da explicaciones a sus padres de sus
actos. Esto puede estar provocado por una ausencia de control parental que hace
que el menor no se sienta observado y crea que tiene vía libre para campar a
sus anchas.
Llama constantemente la atención. Muchos comportamientos de acoso
responden a la necesidad del menor de obtener la atención de sus padres.
Conseguirla, aunque sea a través de conductas agresivas con los demás, es un
premio para él.
Manía persecutoria. El niño tiene una percepción errónea de la
intencionalidad de los otros; piensa que los demás están en su contra y que el
mundo es un lugar hostil donde la única defensa eficiente es un ataque. La
agresividad, física, verbal y psicológica, constituye la piedra angular de
su interacción con un entorno que está siempre al acecho. Esperando un momento
de debilidad suya para echársele encima.
Por. Tania Encalada
22 / 05 / 2014
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